EL TIEMPO NOS GOLPEA (II)
Las guedejas del tiempo nos golpean
como el mar contra plácidos islotes;
el agua y los recuerdos con el choque
se rasgan y disipan entre nieblas.
Oscuras sombras que a mi cuerpo acechan,
se cubren con olor a albaricoque
y entonan cánticos, fulgente broche
que, muy a mi pesar, mi alma acepta.
Mis agudos sentidos pierden fuerza
cuando observan criaturas mitad hombre
mitad caballo, son centauros torpes,
pero atosigan con veloces flechas.
La boca exhala cantarinas letras,
que mudan luego a negros moscardones;
son del averno contumaz cohorte
que le declaran a mi paz la guerra.
Los ojos a menudo vierten perlas
producto de la fe de un viejo monje;
sin embargo, no creo en blancos dioses
ni en virtudes que son como centellas.
Y los sueños heridos se despiertan
inquietos, cual caballos dando coces;
los instintos deciden ser las torres
del baile del amor en donde juegan.
Sus claros argumentos se presentan
con naranjas brillantes, como flores
orgullosas; se olvidan que en el bosque
hace tiempo acabó la primavera.
Con dudas y temores forjo rejas
que amparan a tu casa más sus bordes;
no hay zonas restringidas, sólo goznes,
permitiendo se abran muchas puertas.
Esos besos que a labios no refrescan,
las caricias que escondo siempre en cofres,
no las entrego a nadie como un postre
pues son aperitivo de su dueña.
Las hojas de mi vida no son frescas
pues lucen amarillas, como el polen,
que viaja del arbusto o planta joven
hasta el cuenco fecundo de su hembra.
Mil dudas más me rondan la cabeza
y a mis seguridades hoy corroen;
sentimientos y versos forman cóctel,
dejándome un sabor a amargas hierbas.
Antonio Pinedo (Cole) ©
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